sábado, 23 de enero de 2010

Por osmosis

Me sorprende con qué facilidad hacemos nuestras algunas ideas en boga sin reflexionar apenas. Los múltiples comentaristas de radio y televisión que apoyan sin chistar la adopción de niños por parejas homosexuales se adscriben sin saber a la teoría queer.

Esta teoría, de la que voy a hacer una apretada síntesis, propone o sugiere que todos somos “únicos en nuestro genero” esto, así dicho, apenas incomoda, pero concluye que hablar de hombre o mujer es irrelevante, es decir, las personas no tenemos sexo sino género y el género es algo maleable, moldeable, no algo que se nos ha dado de manera “arbitraria” (¡ah qué la naturaleza, jugándonos bromas como la de dotar de genitales masculinos a la que será una “mujer” por elección!) . Si no tiene caso hablar de hombres o mujeres, mucho menos tiene caso hablar de roles, habilidades o disposiciones masculinas o femeninas.

La técnica ha “liberado” a la mujer de su fecundidad o de la necesitar de amamantar para asegurar la vida de la prole, ahora que eso es posible ¿hay algo que distinga a un hombre o una mujer en la crianza? En opinión de muchos, no.

Ciertamente, la naturaleza, “arbitraria” como es, no ha hecho fecundas las relaciones sexuales entre dos hombres o dos mujeres, pero si la técnica aun no ha logrado eso, basta con refugiarse en el recurso que las parejas heterosexuales (pero estériles) de siempre han utilizado: la adopción. En opinión de muchos, las diferencias que notamos y de las que hablamos todos los días en la vida en sociedad entre hombres y mujeres, son irrelevantes si se trata de la educación de un niño o una niña (¿Cómo lo llamaremos? ¿Niñe? Para evitar definiciones “innecesarias”).

Sé que se trata de un argumento emotivo, pero puedo pensar en la tristeza de la soledad de una niña entrando en la adolescencia sin una madre, por más que tenga dos padres. ¿Qué eso sucede y cosas más tristes aun? ¡Ya lo sé! Pero no me parece en lo absoluto deseable ni algo que deba ser promovido desde el Estado. ¿Legalización no es aprobación o promoción? Según se vea.

No sé cómo se llamará a la teoría que acepta y aprecia las diferencias entre hombre y mujer (¿determinismo fisiológico?), diferencias que enriquecen nuestra forma de vivir, diferencias que nos ayudan a mirar desde otro ángulo el mismo paisaje, pero por supuesto, me adscribo a ella.

No es una forma de discriminación a los homosexuales. Puedo imaginar vivamente su deseo de paternidad o maternidad, pero no puedo por ello aceptar que se avasallen los derechos de un niño en atención a los deseos y aspiraciones de un adulto que vive y ha elegido o aceptado una situación (su orientación sexual) naturalmente infecunda.

martes, 12 de enero de 2010

Educar en la diversidad

Estoy convencida que las diferencias entre hombre y mujer no se reducen a las estrictamente anatómicas. Las diferencias fisiológicas, evidentes, están seguidas por muchos rasgos de carácter, de la psique, del pensar y el sentir, que constituyen a una persona en hombre o mujer desde su nacimiento (y quizá antes). Disiento de las teorías que postulan que ser hombre o mujer es un mero accidente producto de la crianza.

No, no somos unos seres asexuados que casualmente contamos con un pene o una vagina. No. La ciencia ha estudiado las diferencias incluso en la forma de procesar la información en nuestros cerebros, lo que da pie a chistes y discusiones sobre porque muchas veces no podemos entendernos fácilmente.

Por todo lo anterior, pienso que una autentica educación en la diversidad requiere contar con un hombre y una mujer como educadores.

La actual discusión sobre la adopción de niños por parejas homosexuales debería centrarse en este asunto. Nuestra comprensión de la realidad se desarrolla paulatinamente en ese microcosmos llamado –comúnmente- familia donde las diferencias de edad y de sexos son el ámbito que proporciona las herramientas para comprender el mundo “extramuros”.

Se ha hecho hincapié en que tanto parejas homo y heterosexuales pueden proporcionar a los niños “amor”, pero resulta casi insignificante definir qué cosa es ese amor siendo lo sustancial (para muchos) para aceptar la adopción de menores.

Coincido en que ambos tipos de parejas pueden proporcionar educación, casa, vestido y sustento, y esas manifestaciones cálidas del amor como los besos, las caricias o los abrazos. Pero… ¿realmente pueden proporcionar las herramientas que permitan a esos niños desarrollarse adecuadamente fuera del hogar?

Además, hay que considerar que las personas adoptadas suelen cargar con un estigma más o menos doloroso, que repercute con mayor o menor gravedad en sus relaciones sociales ¿es justo cargar a esas personas además con el peso de una familia que evidencia su imposibilidad natural (digamos fisiológica) de serlo? ¿o con una familia que será, por fuerza, infrecuente (lo que podemos llamar “rara” ¿o cómo se traduce el término queer?)? ¿o –particularmente entre los varones- que ponga en entredicho su virilidad o su capacidad de relacionarse satisfactoriamente con el sexo opuesto?

Sé que el asunto suele plantearse como “de lo perdido, lo que aparezca” es decir, nadie duda que generalmente es mejor criarse con los padres biológicos y que es la orfandad (por múltiples causas) la que orilla a la adopción, sin embargo, creo que también debemos hablar de adopción de calidad, adopción que mire por el bien de adoptado con independencia de los más hermosos deseos y aspiraciones de los adoptantes.