miércoles, 7 de mayo de 2008

La imagen pornográfica en la era del fotochop


Hace unos días un compañero del posgrado exponía su investigación sobre la imagen pornográfica y la pretensión de hacer de ella un género artístico (como lo son el retrato, el paisaje, la naturaleza muerta, etc.). Me acerqué al final y le conté una historia que tiene ribetes de leyenda negra: se cuenta que el historiador y crítico de arte John Ruskin (1819-1900) se casó con una hermosa joven a la que pretendía desde que ella tenia 14 años, pero la noche de bodas, no pudo consumar el matrimonio horrorizado ante el vello púbico de su mujer, ya que solo conocía el cuerpo femenino por las impolutas esculturas de diosas griegas y romanas. Cierto, esto suena un poco falso, pero la realidad es que aquel matrimonio no se consumó jamás y Effie, su mujer, se casó después –ahora sí- con el pintor John Everett Millais con el que engendró varios hijos.
Verdad o mentira, mutatis mutandi, ese -le dije - es el problema de la imagen pornográfica: las mujeres de esas imágenes no existen. Mujeres físicamente perfectas, potentes, hiperesculturales, sin vello (nótese), complacientes hasta la abyección, sin otro sentimiento que el deseo o el miedo (me atengo al guión del ponente), satisfechas en toda circunstancia a las que son sometidas por su(s) genitalmente superdotado(s) compañero(s) de “juego”.
La imagen pornográfica es falsa y el público al que va dirigido no sabe que está ante una imagen fantástica. Además, la imagen, que dice más que mil palabras, genera un estilo de vida que no puede dar otro resultado que la de perenne insatisfacción, junto con una actitud devastadora hacia la mujer.

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